Ternuras, que sin prisa curan.
Sandro

Es posible sentir en el pecho el dolor de la partida, cuando el corazón se rompe en mil pedazos, desgarrado de tanto sufrir. Es posible escuchar el ruido de un grito ahogado y el rumor de las lágrimas rodando por la cara, pálida y demudada de sorpresa y desesperación. Es posible ver un cuerpo vencido por el peso insoportable de la noticia. Hasta es posible oler la tristeza que se apodera de golpe y crece de un modo incontenible para abrazar toda la vida y todo el universo.

Es el tiempo en el cual la persona se pregunta: "Dónde estaba Dios cuando te fuiste..." (E.Santos Discépolo) o le dice a un amigo: "Hoy estoy para penas solamente"(Miguel Hernández) y a sí mismo: "Estoy poblado de tu ausencia"(Mariano Mores).

Es el tiempo de la depresión, que llega para quedarse firmemente, como monumento que recuerda lo perdido. Es la hora en la cual se comienza a tomar gusto, como una adicción, a la melancolía. Y cuando la palpamos en el cuerpo, la oímos murmurar, en lenguaje indecible, en el silencio de nuestras vidas, cuando se convierte en un aroma persistente que nos invade, es el momento en que nos sentimos prisioneros de un ocaso que paulatinamente, pero sin misericordia, nos ahoga. Es el instante eterno en que nos sentimos, como Prometeo, con las entrañas desgarradas.